Caminando y repasando con Aida Labajos, SAI, un dia de octubre de 2013...
Después de haber comprendido que el maestro en casa no es otro que la semilla divina que llevamos dentro, semilla que crece en conciencia para reconocer su divinidad y por ende, ir recuperando su maestría, nos asomamos al mundo sacando el primer retoño de la oscuridad de la tierra.
Ese tierno tallo, esa pequeña hoja que somos cuando niños,
lleva el recuerdo de su origen y así como crece hacia afuera impulsada por el
agua y el sol, crece hacia adentro por medio de sus raíces.
Y a medida que manifiesta su divinidad en sus ramas, flores
y frutos, vuelve a crear una semilla,
que es la representación holográfica de su origen, recordándonos que somos hijos de
Dios y que en nuestro viaje hacia el mundo, vamos también de viaje a casa.
Mientras crecemos, en un camino que se repite en diferentes
vidas que creamos por la ley de atracción, vamos aprendiendo para recordar que todo lo
que está afuera, está también adentro.
Sin embargo, hasta no entender esto, deambulamos por calles
y avenidas de ese mundo ilusorio creado a nuestra medida, establecemos contacto
con otras semillas que al igual que nosotros, recorren el universo y tejen
relaciones en un entramado que llamamos linajes, familias, pueblos, razas,
mundos, universos.
En este camino que hacemos y deshacemos, vamos elevando una conciencia que se remite
cada vez más a una conciencia cósmica que nos alimenta a medida que creamos
espacio interior y nos vamos acercando a verdades que van determinando
elecciones de vida más y más conscientes.
Aparece el maestro modelo, ejemplar, el representante de la
divinidad en la realidad que ocupamos. En una lectura, en un taller, en una
visita, en un templo, en la naturaleza…
A medida que avanzamos en el camino espiritual, recibimos el
soporte de la jerarquía espiritual que rige estos procesos de manifestación
divina y nuestro andar se va haciendo menos sufrido y más pleno, más acompañado
y menos solitario.
Las diferencias que establecimos en nuestro desarrollo para
identificarnos se hacen cada vez menos determinantes y los juicios que
derivamos en la comparación y el análisis de la mente inferior van
reemplazándose por pensamientos neutros de reconocimiento y aceptación.
El mundo se va definiendo en su dualidad de manera más nítida
y contrastante mientras que el corazón va tomando el protagonismo y nos
proyecta hacia la unidad, la conjugación, el abrazo, la fusión.
Entonces nos damos cuenta que la única realidad que podemos
transformar es la propia, la interna de la que somos eternamente responsables.
Es cuando aparece la experiencia del amor incondicional que
sostiene la creación y manifestación del pensamiento de Dios, del Ideal divino
hacia el cual nos dirigimos intuitivamente, conducidos por la vibración de la
energía del Amor, verdadera fuerza creativa y sutil que permite la existencia
de esta semilla que somos cada uno.
El maestro es la semilla en la experiencia asignada, en el
tiempo definido, en el espacio o lugar que le
corresponde. La semilla que crece y se desarrolla para recordar que es
semilla de maestro, hijo de Dios en la Tierra.