Cuando llegué a vivir definitivamente a esta isla hace
30 años, ya en mi mente de antropóloga estaba clara la situación socio cultural
que la definía como un espacio pequeño que albergaba una aguda contradicción en
su poblamiento en un corto período de tiempo de su acelerado devenir histórico.
Se trataba de la dualidad paña/raizal (español/nativo) que en la mentalidad de muchos no tenía
en cuenta la realidad del llamado fifty/fifty o 50/50 que alude al mestizaje ya
existente de esos dos pueblos, uno nativo y otro continental proveniente de
Colombia. La concreción de ese mestizaje ha continuado en tanto la población
continental ha seguido arribando hasta llegar a ser mayoría hoy en día. Así
mismo, la población resultante de esa mezcla lleva a lo sumo unas 5
generaciones.
Sin embargo, hoy seguimos hablando de pañas y
raizales, cultivando en el cuerpo mental y emocional una brecha que sólo ha
servido para dividir y menoscabar una comunidad nativa que nunca ha sido de una
sola raza catalogada como una etnia afrocaribeña con ancestro inglés como las
de otras islas del Gran Caribe. Una etnia que se ha mezclado con una población
continental ya mestizada pero que al igual que la raizal, es producto de la
colonización de toda nuestra América.
Esta conceptualización integral de la población no se
ha arraigado porque ha primado la diferenciación, la resistencia, la alienación
a pesar de ese mestizaje o a causa de él. Y los efectos de esa falta de
apersonamiento de quiénes somos y por ende, cómo vivir con amor al territorio, ha
estado causando una brecha cada vez mayor que amenaza con la supervivencia de
todo un ecosistema terrestre y marino. El desorden producto de esa falta de
pertenencia y los diferentes y contradictorios intereses económicos y políticos
de los estamentos sociales están llevando a la isla a la deriva.
La dependencia de una industria turística como ingreso
principal de la mayoría está siendo amenazada por la crisis de las aerolíneas
de estos últimos meses. Pero la visión cortoplacista nos impide hacer
conciencia de la raíz de los problemas que estamos enfrentando desde hace mucho
y que han seguido aumentando desde los años 50. La desorientación de un modelo
turístico que genera ingresos pero que afecta los recursos naturales por la
carga poblacional que ya existe solo con los residentes legales e ilegales y la
falta de visión de los líderes políticos y sociales de los diferentes grupos
que jalonan la dinámica social, son causas determinantes de una armonía perdida
que alguna vez se dice que existió.
Las condiciones de subdesarrollo están sembradas en la
mentalidad de los seres que habitan la isla por la falta de una educación
apropiada en valores y conocimientos, por la incapacidad de respeto de normas
que ayudan a la convivencia y al cuidado del medio ambiente, atenidos a una
sociedad de consumo que conduce a satisfacer hábitos creados que terminan
siendo dañinos tanto al individuo como a su entorno.
Esa conciencia limitada y esa dependencia de fuera de la
mayoría de recursos para subsistir nos ha vuelto apáticos para ser creadores de
un buen vivir en este llamado paraíso prestándonos a ser depredados por un
sistema neoliberal que nos ha alienado en nuestra misma casa. Cada vez el diálogo
es más difícil, el antagonismo es mayor, nos la pasamos de queja en queja, en
reclamos, en juicios hacia los demás. Nos asusta mirarnos al ombligo porque no
tenemos la capacidad de autocrítica por estar tan determinados por nuestro
propio ego y el de los demás, por tener un horizonte limitado por el océano y
un espacio constreñido a una isla. Esta estrechez física y mental condicionada
a depender de políticas de afuera y a conceptos anacrónicos sobre cómo estamos
conformados como raza, etnia, o población, nos está llevando a la extinción.
El ser humano es responsable del mundo animal y
vegetal. Estos se adaptan a las condiciones que nosotros les
creamos pero nosotros estamos cada vez más desatinados en las conductas
apropiadas para poder defender y potenciar los recursos propios hasta ahora descuidados
por la dependencia de un modelo de vida insostenible convirtiéndonos en depredadores de nuestro propio territorio.
Las crisis son oportunidades pero en un espacio
contenido que no tiene opciones de escape o fuga, pueden convertirse en terreno
explosivo y crear más daño que posibilidades. Mientras estemos a la deriva hay
probabilidad de anclaje pero también de hundimiento y extinción.
Estos últimos años en esta isla me han llevado a
reflexiones que concluyen en que los pobladores requeridos para hacerse cargo
de que la isla encuentre el rumbo que necesita para sobrevivir son aquellos que
defiendan la sostenibilidad con consciencia de las limitaciones de su entorno
natural y de la preservación de sus recursos ya que la adaptación al medio es
exitosa cuando se crea a partir de las
condiciones de un territorio que por sus características de insularidad,
determinan su organización social y económica y no debería importar ni depender
de modelos socioeconómicos que no son coherentes ni amigables con el
territorio. ¡Como tampoco si somos pañas, raizales o miti-miti!
Lo que define al humano hoy no es su origen étnico o
racial, su patria o su religión, sino su espiritualidad de conciencia planetaria, su amor y respeto al
territorio que habita, lo que finamente determina el modo de vida social y económico. Es allí
donde nace la cultura y es en ese escenario donde se forja la personalidad y se
construyen las relaciones, la familia y la sociedad.
San Andres Isla, Colombia