En estos días de fin de año solemos definir
intenciones como proyecciones y deseos para un nuevo ciclo anual. Sin embargo,
es importante entender que las intenciones no son lo mismo que las peticiones o
logros y metas ya que estas últimas están atadas a resultados. La intención,
por el contrario, es una dirección sin apego a un fin particular.
Cuando enunciamos peticiones, deseos y logros,
solemos crear expectativas, pero no disfrutamos el proceso sino que nos lo
sufrimos pues toda expectativa tiene como probabilidad la frustración. Nos
enfocamos en motivaciones que usualmente están conducidas de manera
inconsciente por el karma e invertimos toda nuestra energía en obtener
resultados creyendo que lo que necesitamos, lo que nos hace falta, está fuera
de nosotros.
La vida no transcurre de logro en logro, la
vida sucede de momento en momento y al engancharnos en lo que buscamos, dejamos
de vivir en el presente que es lo único que existe y nos involucramos en dar
todo de nosotros mismos por esa meta, dejando así de vivir el proceso, la vida
misma. No es de extrañarse que actualmente la enfermedad por excelencia es el
estrés. En el mundo de la dualidad donde reina el ego nos mantenemos inseguros
y por ello buscamos saciar nuestra ansiedad con cosas, haciendo proyectos, definiendo
estrategias, invirtiendo energía. Para
el mundo desconocido que es más vasto aún del que conocemos, la intención es
requisito por su fuerza integradora y organizadora. Porque nos da una
dirección, nos permite poner la atención donde queremos que vaya, porque lo que
queremos al final debe de estar desde el principio.
La intención como la ha planteado Wayne Dyer en
su libro El Poder de la Intención (2004) es una fuerza que existe como ley
universal a la que nos alineamos gracias al reconocimiento de nuestra
naturaleza divina y ese reconocimiento implica recordar las palabras de Jesús:
El reino de Dios está dentro de ti.
Por ende, todo lo que buscamos ya está dentro
de nosotros mismos.
Definir entonces nuestra misión o propósito
como almas en este presente en el que devenimos como personas es la intención
primaria.
Esa intención por si sola alinea nuestra práctica
de vida. El propósito del Yoga es estar aquí y ahora. Nos entrenamos para
obtener algo más adelante pero no sabemos cómo estar con nosotros mismos, aquí
y ahora. En la intención, yo soy es el centro; en el logro, lo que busco y
obtengo es lo central.
Podemos canalizarnos y reenfocarnos con
intenciones secundarias que nos ayuden en el proceso de ir en la dirección de
la intención primaria. Estas intenciones secundarias resultan de comprender los
patrones kármicos como programaciones mentales, hábitos que nos impiden
realizar una evolución consciente hacia nuestra intención primaria,
obstruyéndonos la percepción de nuestra verdadera naturaleza.
La intención primaria requiere de un compromiso, de poder soltar y relajarnos ante toda duda, temor e inseguridad en el proceso, en el camino de nuestra autorrealización. Esta intención tiene que ver con el aspecto permanente de nuestra naturaleza. Nace desde ese observador que desarrollamos en la práctica del yoga donde recordamos que somos una expresión única y manifiesta de la Divinidad, que somos instrumentos de la Presencia para el plan divino en la Tierra.
El propósito al definir nuestra intención no es
manifestar lo que deseamos sino usar el principio de manifestación para que
sirva a la más alta expresión y realización de mi ser. Buscamos que la
intención nos lleve a un estado interno de integración, armonía y paz
independiente de las circunstancias externas. De allí que se trata de mí, como
común denominador de las experiencias de mi vida.
De esta manera no dependemos de la realidad
externa para definirnos pues ya hemos conseguido identificar ese propósito del
alma de existir en este cuerpo, a través de ese Yo que conforma la personalidad
que traigo para desarrollar y transformar con la ayuda de esas intenciones
secundarias que van variando al hacer ajustes para mantenernos en la conciencia
de nuestra intención primaria. Algo que además de complejo exige disciplina e introspección
y es definitivo para nuestra evolución consciente.
Es a través del reconocimiento de mi esencia
divina como puedo mantener mi conexión a la Fuente, al Gran Espíritu, al Ser. Y
ese es el poder de la intención primaria pues al definirse se hace consciente,
se refuerza con cada acto de reconocimiento en estados contemplativos y en los
momentos desafiantes que trae la vida, opera como talismán o salvavidas, como
opera un mantra porque esa intención primaria se convierte en nuestro propio
mantra.
Por esa razón es que no necesitamos enfocarnos tanto
en evaluar y analizar porqué somos como somos, sino que al mantenernos atentos en
la intención primaria, podremos conducirnos a través de la vida, fluir con ella
y conseguir liberarnos de las ataduras kármicas que nos obligan a repetirnos y conllevan
sufrimiento y esclavitud a los patrones de comportamiento y programaciones
heredadas por la sociedad y la familia.
El poder de la intención primaria se debe a su capacidad
de alinearnos con la vida misma, independiente de los ciclos del tiempo. Es una
verdad que se refuerza al cultivar nuestra conexión a nuestro verdadero ser, al
proyectarnos desde el corazón en cualquier momento y lugar y que se mantiene
activa en cuanto nace del alma, en frecuencia vibracional con nuestro Ser
Superior.