Hay una fuerza en el universo creado a la que se le
asigna un poder creativo llamada Amor.
Se dice que esa fuerza emana de la Fuente Creadora,
pero requiere para su existencia de la experiencia de entrega y generosidad, es
decir, es una fuerza dadora sin condiciones y por ello, hacemos una distinción
entre el amor apegado a fines y resultados y el amor que da sin esperar nada a
cambio, como un fin en si mismo.
Es una fuerza inspiradora en nuestras relaciones humanas,
pero compleja de ejercer desde esta humanidad que somos debido a la existencia
del ego.
El ego es un elemento ineludible de desarrollar en
nuestro patrón de crecimiento en esta tercera dimensión de conciencia y se
distingue por ser un concepto separatista y, por ende, incompatible con la
fuerza creativa del amor.
Desde la vivencia del ego, la experiencia amorosa es
relativa a los apegos y a las condiciones, por lo tanto, es limitada. La
conciencia de unidad la podemos experimentar en la reconexión con la naturaleza
y en el servicio a los demás, como ejercicio de amor incondicional. El camino
de la meditación deriva en esa experiencia de fusión y por ello es el método
por excelencia de la liberación y de integración a la Fuente.
Para que esta fuerza se active en nuestro ser
necesitamos emprender un camino de conocimiento que nos permita vivenciar y
así, comprender de qué se trata el amor.
Cada uno de nosotros trae inclinaciones y tendencias
producto de nuestros samskaras o huellas marcadas por hábitos y programaciones
donde podemos encontrar un bagaje que nos oriente para evaluar ese camino hacia
una conciencia de la fuerza trascendente del amor.
Si tenemos inclinación a disfrutar experiencias con el
paisaje, con los animales, con los niños, vamos a poder aplicar ese sentimiento
amoroso que nos despiertan y si, por el contrario, descubrimos tendencias a resentimientos
o rencores, podemos darnos cuenta de aquello que nos impide ejercer un amor
liberado gracias a que esa fuerza está presente en todo momento y crea a toda
hora, es permanente y así mismo es eterna.
Ese trabajo de concientización lo empezamos desde
nuestra primera encarnación porque al separarnos de la fuente creadora y
adquirir la capacidad de reflexión y crítica con el desarrollo del cerebro,
sabemos profundamente que la misión es recuperar ese paraíso perdido, la
pertenencia a algo más allá de la propia identidad y así superar la ansiedad
con que nacemos cada vez.
Desarrollar la conciencia en esta dimensión exige
vivir la dualidad hasta superarla, saborear el sufrimiento y el dolor para
trascenderlos y asumir la carencia de afecto para sustituirla con la fuerza del amor presente en cada uno, pero dormida en la conciencia individual y
colectiva.
¿Como despertar a la fuerza del amor?
La fuerza del amor es un flujo eterno, como un rio que
emana de la Fuente Creadora y no se detiene. Para fluir en él necesitamos de fe
y confianza. Sin embargo, ambas son ajenas al ego porque éste se afirma en las estructuras
de las creencias y la fe y la confianza son aspectos sobre naturales del ser
que al ejercitarse con las experiencias, se convierten en herramientas para
manifestar las intenciones que se nutren con la luz de la conciencia y con la
fuerza del amor.
La base de
la fe y la confianza es la entrega, el dejar ser, el coraje para fluir con la
vida donde sea que ésta te lleve. La ausencia de miedo es el fundamento de la fe.
La ausencia de miedo es amor porque lo opuesto al miedo es el amor.
La luz de la conciencia iluminará así nuestro corazón
y podremos abrir las puertas de ese espacio sagrado sin temor, sin cobardía o
egoísmo, con plena confianza de que nos alimentamos de la fuerza creativa del
Amor para expandirla y elevarla y así mismo, participar en el momento de cambio
de dimensión al que estamos abocados como planeta y galaxia.

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